La jirafa quería comer del gran árbol; pero el árbol, además de ser grande, era listo. Cuando la jirafa intentaba arrancar una hoja con su lengua, el árbol lo evitaba enrollando la hoja para adentro.
La jirafa, cansada de intentar comer del árbol, vio un arbusto muy llamativo a lo lejos. Se trataba de un arbusto con hojas azules Klein al que pocos animales recurrían para alimentarse; pero la jirafa, cansada de los árboles de siempre, probó suerte con el arbuklein.
Se dispuso a comer y el arbusto no se movió: ¡se dejaba comer! Esto se debe a que el arbusto confundía la lengua azul Klein de la jirafa con una de sus hojas azules.
Día tras día la jirafa acudía al arbusto para alimentarse y éste, a su vez, intentaba satisfacerla creando todas las hojas posibles, ya que sabía que si se quedaba sin hojas la jirafa dejaría de ir.
Pero llegó el verano, y con éste la sequía cobró fuerza… La lluvia azul no llegaba y esto produjo que el arbuklein perdiera fuerza. Cada día estaba más desnudo y sus hojas perdían color.
Una mañana la jirafa fue a visitar a arbuklein, pero no era el de siempre: apenas tenía hojas, y las que tenía se habían vuelto naranjas. El contraste del naranja con la lengua azul de la jirafa fue tan fuerte que ésta huyó aturdida, sin rumbo fijo. Su única fuente de alimento le había vuelto loca, el contraste entre los dos colores le hizo vibrar tanto la mirada que veía todo borroso.
Tras recorrer grandes distancias por explanadas sin vegetación de la que alimentarse llegó a un charco que le sirvió para reponer fuerzas. Era un charco tan limpio y profundo que parecía un espejo. Mientras la jirafa bebía agua, se dio cuenta en el reflejo de que algo azul resplandecía en su frente, entre cuerno y cuerno.
¡Se trataba de una semilla azul del arbuklein que éste plantó en ella cuando se dio cuenta de que sus hojas escaseaban! Fue una alegría enorme para la jirafa: ya no se sentía tan sola, pero sabía que, si no cuidaba de la semilla, ésta moriría.
Se llenó de fuerzas para buscar lluvia y hacer crecer la semilla hasta convertirla en la más fuerte de todas. La jirafa quería tener la planta con los pétalos más grandes y más colorida que ninguna otra jirafa. Tras varias semanas la planta ya sobresalía por encima de los cuernos de la jirafa; la planta tenía tanta fuerza que hasta la jirafa se contagió de su color.
Con el tiempo se fueron sincronizando: la jirafa dependía de la planta, y viceversa. Si la planta necesitaba agua, la jirafa acudía allí donde la hubiera; y, si la jirafa quería comer, la planta dejaba caer una hoja para que la jirafa comiera. De esta manera la jirafa se convirtió en la más fuerte de todas: la jirafa Klein.